Es necesario señalar dos cualidades que fundamentan su poética: La contemplación y la sinceridad, aunado sin duda al oficio de escritor con que ha cortejado a Clío la musa de la historia durante tantos años (¿tal vez cuarenta?)
Sinceridad, por ejemplo, cuando habla de la malicia de los vaqueros que miran montar al toro vaca tras vaca y a la envidia confesada. No puedo dejar de contarles como, en una lectura, uno de los concurrentes declaró que los rancheros no eran maliciosos y que no veían así los escarceos amorosos de los animales. Eso, por supuesto desató una larga y acalorada discusión con posiciónes radicales en torno de la candidez de los hombres de campo.
José Antonio se atreve, no sólo a mirar, sino a decir lo que mira y a transmitir la emoción del momento exacto. No fueron en balde todos los años que pasó como lector atento y escritor de prosa histórica; en el momento que dijo: voy a escribir poesía, simplemente empezó a escribir poesía, así, nada más. y recurrió precisamente a lo que conocía: las historias de su rancho situado en las orillas del mar; allá, en su querido Tuxpan. De ahí los corridos y las rancheras. Esas vivencias infantiles que nunca olvidó y que en sus poemas encontraron asiento. La misma atención que una vez contempló a los zopilotes volando sobre su cabeza emplea en mirar un apasionado encuentro entre dos mujeres que se desgreñan a media calle luchando por su hombre:
Apenas la divisó en la acera del frente
—mulata enardecida, relámpago de furia—,
cruzó la calle,
le deshizo el chongo de un manotazo,
la agarró a bofetadas.
Aquello no era juego.
Procedió a arrastrarla por el suelo,
a pegarle metódicamente
en todas partes con puños y pies,
¡con qué alegría!,
mientras gritaba no sé qué cosas
sobre un hombre que le había quitado.
La otra ni siquiera metía las manos,
se limitaba a gemir.
Jamás había visto pelear a las mujeres
y quedé fascinado,
más que por los golpes,
por la cruda muestra de pasión.
Los que somos originarios de pueblos sabemos que estas cosas suceden. Que los cuerazos de los ranchos corren peligro por las pasiones que levantan a su paso y están destinados a morir de mala muerte, por culpa de un corazón desdeñado, acribillado por un hombre o una mujer que no pudo ser por él amado. ¡Qué cuero de hombre era Jorge el tractorista! y lo dice tan así, que hasta como que dan ganas de asomarse a la ventana y ver a uno de esos pasar enfrente. Digo así de lejos no más por mirar.
La gratitud por el placer recibido y la ternura erótica toman su turno en Decires y cantares, una delicada declaración de anhelo y la impresión de las primeras pulsaciones de la sensualidad retratadas con la inocencia de un alma pura en donde culpas y pecado no tienen definición. La entrega al río de su niñez con la gozosa sensación del agua tibia se percibe con la transparencia iluminada del encuentro con el placer. Así le puede decir al río de su niñez: Estás en el trasfondo, en la superficie de lo que soy, de lo que quiero ser. Pero el poema que de veras no me aguanto las ganas de leer es el monólogo de Antinoo, muerto:
Las señales eran ligeras, pero inconfundibles. Impuntual, antes se le hacía temprano para verme y, como nunca antes, empezó a alegar cansancios y ridículos pretextos para no amarme. Mi presencia lo irritaba y me era más doloroso notar cómo trataba de ocultarlo que si hubiera vertido su irritación abiertamente sobre mí. No pude soportar su indiferencia. ¡Estaba tan seguro de tenerme al instante! No tuve más remedio que dejarme morir, sin pedirle su permiso.
Ahora piensa en mí todo el día, todos los días, con el corazón estrujado de nostalgia y de deseo. Estoy complacido.
De esa entrega erótica a la entrega de lo místico hay una frontera muy delicada, pues el mismo frenesí, hambre de darse, de ser inmensamente amado, se percibe en sus poemas místicos que recuerdan al éxtasis de los místicos que conocemos Santa Teresa o San Juan de la Cruz.
A la caza de intangibles es un título muy adecuado para este libro, pues con José Antonio Matesanz, con sus palabras elegidas una a una, con su espíritu de la aceptación de la dicha nos zambullimos en el vértigo de la entrega, de donde, gracias a Dios, nadie regresa intacto.
Raquel Olvera
martes, 23 de agosto de 2005
Casa del Poeta Ramón López Velarde.
6 comentarios:
¡Ajá! La primicia, eh?
Excelente, creo Yo que un texto con tan delicado trato como tanta verdad, solo puede venir de un poeta (en este caso, poetiza) con sensibilidad a flor de piel.
Salud
El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra
Ay Raquel:
Que bella presentación para el libro de Amaradás. Haz dicho lo justo pero de una manera magistral. Cómo quisiera poder comentar de esa manera sus textos.
En verdad Amaradás me dio un regalo enorme al enviarme el libro con Oscar.
Yo se de los zopilotes y de la belleza de su vuelo contrariando su fealdad y su triste oficio. Se también de la monta de animales y he sentido el cosquilleo y la emoción erótica de la que con tanta sinceridad nos habla Amaradás. Su libro es un taller para mí, porque veo cuanto me falta por abrirme. Lo disfruté enormemente. Por favor dale algunos apachurrones por mí y unos cuantos besos.
Tu nena.
En el desmadre de comida, bebida y risotadas no llegue a decirtelo, pero a mi tambien el texto me parecio muy adecuado, empezando por "ternura erotica".
Porqué nunca estoy en el lugar correcto justo a la hora correcta! chispas! felicidades por la presentación!
Temprenera loqueserá.
Enigma:
Usted, me sonroja, muchas gracias.
Lety:
Claro que puedes, cómo no?
Anonymus:
¿Empezando por la ternura erótica? Matesanz?
G. Kleine:
Nos vas a tener que hacer un hueco en tu agenda, ¿he?
Publicar un comentario